En el taxi de camino al
aeropuerto pasamos por la carretera que bordeaba el malecón y quede totalmente
extasiada de aquel azul vibrante e inmenso. Mi yerno solo hablaba de las
propiedades y beneficios del agua salada, pero yo solo podía contener las
lagrimas de la emoción al ver el mar. Al hotel no le faltaba nada, la habitación
era grande y luminosa ni en mis mejores épocas junto a mi esposo disfruté tanta
comodidad.
Unos días después, el hotel organizo una excursión a una playa que no
recuerdo el nombre. Tuve mucho miedo porque no sabia nadar y viajamos en una
lancha de motor, menos mal que a todos nos pusieron un chaleco salvavidas
también a los niños y mi nieta iba metiendo la mano en el agua mientras
viajábamos en dirección a aquella playa. Una vez allí, comimos delicioso, nos
bañamos, aunque yo solo estuve en la orilla porque sentía un respeto enorme por
aquel milagro de la naturaleza, tomamos fotos y nos hicimos trenzas con mi nieta
que no paraba de parlotear diciendo que un día viviría en una ciudad con mar.